lunes, mayo 08, 2006

Toda la verdad acerca del viaje a la Luna



Yo --sí, yo-- participé en el rodaje de la falsa llegada del hombre a la Luna. Me encargué de la producción y colaboré en el guión. No se aceptó mi propuesta para la frase de Armstrong. Yo quería que dijera: "Joder, que mescoño. Cuidado con el escalón, Aldrin". Todo el mundo estaba de acuerdo en que era muy natural, pero poco épica. También propuse: "Suerte que nos trajimos el jersey porque aquí de noche refresca" y "espera un segundo, que voy a echar una meadilla en ese cráter".
Tras el éxito de crítica y público, organizamos visitas turísticas por el plató. Venía gente de todo el mundo. Paletos de Oklahoma, ruidosas familias italianas, franceses estirados y otros tópicos con sandalias paseaban por el hangar mientras yo les indicaba que a su derecha tenían el Apolo XI, fabricado con plástico y papel de plata, y a su izquierda las cámaras que se usaron en julio del 69. Y el suelo, toquen, toquen, una ingeniosa mezcla de tiza y arena.
El negocio iba bien, pero la Cia no veía claro que fuera buena idea, teniendo en cuenta que la clave del asunto era hacer creer al mundo entero que los americanos realmente habían llegado a la Luna. Después de largas discusiones al respecto, decidieron asesinar a todos los implicados, haciendo que pareciera un accidente. Como en el informe se había acordado UN accidente, los tuvieron que meter a todos en un autobús y los dejaron caer por un barranco.
A los tres astronautas los sustituyeron por actores que tenían un ligero parecido con ellos, para que su familia y los periodistas no sospecharan. Nadie se dio cuenta del cambio porque, claro, al fin y al cabo eran astronautas y pasaban mucho tiempo fuera de casa en condiciones complicadas que podían llevar a que un tipo ganara diez o doce centímetros de altura y hablara con un raro acento ruso porque, esa es otra, en el caso de Collins mataron dos pájaros de un tiro y usaron a un desertor de la KGB.
Por suerte, yo tuve un accidente de verdad la noche antes y los agentes secretos, superados por las paradójicas circunstancias, me dejaron en paz.
Por si a alguien le interesa, resbalé en la ducha, me rompí un brazo y me puse un ojo morado. Sí, en la ducha, no fue una pelea de borrachos, a pesar de lo que dijeron los testigos, las fotografías, el atestado policial y el parte médico.

|Robado de La Decadencia del Ingenio; Visto en el boletín mensual de El Escéptico Digital|